Cuentos para antes de hacer el amor
--¿Sigues con Él?—pregunta Pepa, siempre tan directa, a Ella.—¿O sigues mandándole mensajitos?
--Ahora son cuentos. ¿Quieres ver uno de los más recientes?
En una ocasión, la directora de la escuela donde trabajaba me pidió que organizara una Feria del Libro. Hicimos un diagnóstico de gustos de lectura, y después, junto con otra maestra, fuimos de librería en librería buscando aquellos que nos habían encargado y otros más para satisfacer a todos.
Compramos ¡uf! Los que quieras: de terror, de espanto, de animales, de consejos, de dibujos, de lucha, de superación personal, de recortar, de deportes, etc. Toda una amplia gama de temas y precios para los alumnos de entre 12 y 16 años.
La última librería que visitamos fue Gandhi y solo para satisfacer cierta curiosidad de la maestra que me acompañaba: buscaba algo para bebés.
En la búsqueda, encontré un libro que me llamó mucho la atención: “Cuentos para antes de hacer el amor”. Estuve tentada en llevármelo, pero decidí dejarlo porque con lo distraída que soy, lo hubiera dejado junto con los otros. ¿Se imaginan un título así entre “Cuentos de terror” y “Mi maestra es un monstruo”?
La feria fue todo un éxito, se vendieron hasta los catálogos y folletos que conseguimos. Al final, recordé mi libro de cuentos y me prometí que volvería pronto por él.
La verdad, tardé un buen rato en regresar a la librería, hasta que un día, con presupuesto y tiempo, entré por esos pasillos olorosos a nuevo, a tinta, a papel, a pasta dura y rústica; a conocimiento heredado y convertido, a nuevas ideas y viejas concepciones; a guerra, a paz; a manuales de redacción. Todo un templo de palabras a disposición de quien las necesite o las ame.
No contaba con que en ese tiempo que tardé, la librería tendría otras ofertas y habría colocado nuevos libros en los estantes en que antes se mostrara el que yo estaba buscando. ¿Cómo se piden “Cuentos para antes de hacer el amor”? ¿A quién? ¡Qué pena!
Di varias vueltas por donde lo vi, revisando lentamente cada ejemplar de la casa editorial. Las manecillas del reloj estaban llegando rápidamente al punto en que tendría que salir corriendo por mis hijos a la escuela. Tardé un buen rato en decidir que mi instinto y mi olfato no me guiarían al objeto de mi deseo.
Roja de vergüenza, me dirigí al primer empleado de camiseta amarilla y pantalón oscuro que me observaba con cara de curiosidad desde que entré. Pensé que pensaba: “Ya necesitarás de mis servicios, tarde o temprano, todos preguntan”.
--Perdón, estoy buscando el libro “Cuentos para antes de hacer el amor”—dije rápidamente para que no se notara mi turbación.
--Perdón, estoy buscando el libro “Cuentos para antes de hacer el amor”—dije rápidamente para que no se notara mi turbación.
La persona en cuestión se tomó su tiempo, abrió los ojos grandes y espetó:
--Yo no trabajo aquí, pero…
--Yo no trabajo aquí, pero…
Salí corriendo, no esperé la segunda parte de la frase.
La respuesta de Él a este cuento fue...
Continuará