La Chica Diez y el Chico Listo
“Chicas: aposté y perdí”, dijo Ella.
Ésta y otras historias me fueron confiadas en una pijamada con mis amigas de la maestría. En particular, la de Ella (así ha querido que la llame) puso como condición para publicarla que lo hiciera dentro de 25 años una vez que se cumpliera el “recuerdo de oro” de la primera vez que escribió sobre Él en su diario. “Escríbela tú, que para eso estudiaste”, me dijo.
--¡¿25 años?! ¿Sabes cuántos voy a tener?, ya ni me acordaré cómo te llamas, menos cómo usar una computadora o lo que sea que la sustituya en un cuarto de siglo—reclamé.
Tras unas cervezas, unos margaritas, dos o tres muppets, le arranqué la autorización para hacerlo ya, a condición de no revelar, “hasta dentro de 25 años”, su nombre real. Durante la velada, nos mostró los correos, mensajes por celular y los escritos sugeridos por su “posibilidad”. Y en este ir y venir de mensajes nos llevamos de corbata a las otras cinco amigas.
La historia no está acabada porque es una posibilidad… y también porque el encuentro aún no ha terminado. Aunque debo decir: es muy difícil hilar una historia deshilachada desde el principio.
Nos conocimos todas cuando estudiábamos la maestría, y a pesar de la diferencia de edades –les llevo entre 10 y 15 años—hicimos un buen equipo, o al menos, la pasamos MUY BIEN.
De las siete, tres éramos casadas, dos con hijos de edades similares, las otras solteritas, sin compromiso formal, aunque con uno que otro amante. Y las siete, con muchas historias que contar…
Ese día de nuestra tradicional cena navideña, Ella llegó nerviosa, diríase ansiosa. “Chicas: aposté y perdí”. ¿Qué apostó y qué perdió una mujer con más de 25 años de casada, tradicionalista, con hijos mayores, un puesto envidiable, trabajo de sobra? Nos quedamos pensando todas, y se lanzó a contarnos de ese hombre que recuperó en la red.
“La primera vez que nos encontramos en persona, no pasó nada. Pensé que yo había dado el viejazo, que los años me habían cacheteado (tiene cerca de 50 años), que no era atractiva, que me veía mal. Puse más empeño en mi arreglo personal que en cualquier otra cosa. Después, en un segundo encuentro, supuse que Él era gay, tan cerca de mí y no me besó. En otra ocasión salió a colación su ´temor a la ira del señor´, supuse entonces que era MUY mocho y yo, un demonio con faldas. Finalmente, después de tantos avances, supe la verdad: es fiel a su esposa”, dijo con un suspiro.
Nos enseñó los correos y mensajes que había intercambiado con Él (así ha querido que le llame) a lo largo de pocos meses. “Los primeros los borré, me dio pena, pensaba que estaba haciendo el ridículo. Él tan propio, tan decente, escribe bonito. A cualquiera le dan ganas de escribir cuando lo lee.”
Ella (quiere que se pronuncie El-la) describe el principio:
Había una vez una chica diez que se enamoró un chico listo, con quien sentía que no debía parecer tonta y pensaba que apreciaba que no lo fuera.
Detestaba hacerse la tonta para no ofender la "inteligencia masculina”.
La mamá de la chica diez siempre se preocupaba cuando salía con el chico listo, temía que no regresara a su casa y se fugara con él.
La chica diez tenía mucho miedo de eso que sentía por el chico listo.
Eso, sumado a la conspiración familiar hacía casi imposible ir más lejos.
De pronto, ya no hubo llamadas, ya no hubo encuentros.
Hubo una invitación al grupo para ver salir el sol en Teotihuacán y ahí se perdió el chico listo.
La chica diez también se perdió, pero no en Teotihuacán, sino en el trabajo, mucho trabajo, solo trabajo....
Muchos años después, supo que no había esperanza. Había encontrado al chico listo embarcado en la mayor aventura de toda la humanidad.
Y cedió, y se dio.
--¿Y qué pasó después?—preguntó Diana.
Continuará
Me dejaste en suspenso, espero ansiosamente la siguiente entrega.
ResponderEliminary luego?
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