Vistas de página en total

sábado, 26 de febrero de 2011

LA POSIBILIDAD Capítulo III

Estoy aquí, sigo vivo

--Que verso tan cucho—dijo Luisa—Te conozco mejores.
--Ja,ja. No es un verso, es una idea—replicó Ella.
Dijo sentirse ridícula. “A qué edad se puede hacer el ridículo sin caer en lo patético?”. Pensaba dejar la cosa por la paz, dedicarse a sus deberes, pero no salió como Ella esperaba, lo borró de la lista de contactos junto con otros mails que había recibido:

Estimado Él:
Esperaba que después de tu paso por Nuevo León y Tamaulipas tuvieras un tiempito.
Ya me voy. Te debo tres cosas:
Gracias por tu infinita paciencia y tu buena educación.
Perdón por mi impertinencia
Y un poema:
"Y conserva, Tú, un gentil pensamiento
para Ella que un día, te quiso contar un cuento".

-¿ Y …?—preguntó Constanza
-- Pues, que no me dejo ir—respondió Ella.
--¿Cómo que no te dejó ir?—terció Luisa.
-- No, me dijo…

Estimada Ella:
No me molesta recordar que me querías contar un cuento, pues fueron muchos los que tuve oportunidad de oír, todos ellos placenteros, estoy obligado a reconocerles, como este de "borrarme de la lista", pues de repente me pregunto cuál error, cuál pecado, cuál tentación, si soy un simple mortal que te considera con cariño y estima al otro lado de la red de internet.
Supongo que tu vida no ha de ser fácil, como no lo es la mía, sólo que me queda una duda ¿Dónde está el límite entre la derrota y el miedo, el conformismo y la seguridad, el amor y el no compromiso?
Todos ellos, lo sabemos, son puertos válidos, apelables, justificables...
Sin embargo, la realidad nos recuerda que somos parte de una vida que no obedece normas.
En unas horas parto al sur,  tengo fe que ahí encontraré, una vez más, testimonios de la grandeza humana como lo es este hecho de apelar a tus oídos, a tu conciencia, al decirte estoy ahí, sigo vivo.
Saludos.


Estimado Él:
Salto de alegría cuando te leo. Me distraigo de mis deberes  (que son muchos) y reconozco que actué unilateralmente al "borrarte", pero necesitaba concentración. He recobrado la cordura, después de un mes de locura temporal.
 Creo que ahora sí puedo avanzar desde este lado de la red, sin esa... ¿cómo llamarlo? mmmhh... sinrazón de apegarme a una idea, o mejor dicho un ideal que sobrevivió 20 años. Estoy encontrando mi equilibrio, mi "no pasó, solo pudo ser". Gracias por estar vivo y ser.
 Con mucho gusto, te agregaré a mi lista de contactos por si quieres agregar algo a este correo. (Sonrío).
Te mando el cuento más tarde, porque ahora no estoy en casa. Por favor, ponle título. Se me han ocurrido algunos, pero todos son muy obvios.
Saludos

Continuará

LA POSIBILIDAD Sin título

 “Soñé que te perdía…”, susurró mi marido en mi oído, cuando aún no despertaba del todo.
Abrí los ojos grandes, inmensos, con un sentimiento parecido a la culpa. Afortunadamente me encontraba de espaldas y no pudo ver la sorpresa reflejada en mi mirada.
¿Había kackeado mi correo electrónico? No lo creía capaz. Por celular no habíamos hablado ni enviado mensajes, es más, ni siquiera tenía su teléfono.
Oí su sollozo contenido. Jamás había llorado. Bueno sí, una vez, cuando Dodó se movió por primera vez. ¿Lloraba? Me abrazó con fuerza.
¿Era tan obvia? Ya me había dicho que por qué me reía tanto.
--No me rio, sonrío.
--Es lo mismo, ¿Qué te traes?
Recordé el chiste de un norteño que llevó a su hija al cirujano plástico:
--Oiga, doctor, mi hija tuvo sus “queveres” con un infeliz y…pues… quiero que la arregle.
El doctor, después de ver tamaña pistolota al cinto, respondió con cautela:
--Mire, err…, señor, err…, yo no arreglo “ese” tipo de problemas.
--No, si no quiero que la arregle de “eso”. Quiero que le quite esa estúpida sonrisa de satisfacción.
Así estaba yo, con una sonrisa de satisfacción causada por un cyberaffair.
Para entonces, los sollozos de mi marido iban en aumento. Sentía en mi espalda cómo se movía.
No sabía yo si enfrentarme a él y contarle todo, aunque no sabía bien que era todo. O fingir demencia, sonreír, decirle: “Es una tontería, ¿Por qué lo dices?” o algo así.
Tomé aire y poco a poco me giré para verlo a la cara. Sus sollozos ya eran convulsiones hechas y derechas.
Estaba a punto de abrazarlo, jurarle amor eterno cuando dijo:
“Soñé que te perdía, pero en el Amazonas”.
Y soltó la carcajada que había estado conteniendo durante todo este rato.

sábado, 19 de febrero de 2011

LA POSIBILIDAD Capítulo II

No pasó, sólo pudo ser


--¿Que qué pasó…? Pues, nos casamos—dijo Ella.
--¿Qué dices…?—gritaron al unísono las seis.
--Sí, cada uno con su cada cual. Años sin vernos, sin tropezarnos hasta que un día, buscando información en la red, vi su nombre… y lo contacté. No les puedo enseñar todos las pláticas escritas que sostuvimos porque las borré casi todas, solo ésta quedó escondida…

20:09 Ella: Hola.
 Él: Hola Ella, dime que ahora no vas a hacer travesuras.
 Ella: ¿Cómo cuáles?
 Él: Anoche me dormí con una sonrisa.
 Ella: Grax, yo también.
20:33 Él: ¿Tú temes a la ira del señor?
 Ella:  Er… mmmh, ¿cuál señor? ¿El de los cielos o el de las plegarias?
 Él: Ambos son el mismo.
 Ella: No, el primero era narco, y ya no está. El segundo es amor, y no ira.
 Él: Tú ganas, aunque te confieso que me sentí travieso al acostarme, pero hoy es una tarde-noche hermosa con lluvia y me siento afortunado de que estemos "en línea".
 Ella: Grax, yo también. Es como rescatar una vieja foto que te trae muchos recuerdos, unos maravillosos y otros no tanto, como aquella vez que no coincidimos en el metro o cuando no llegaste y tuve que darle la vuelta al ruedo yo solita (bueno, iba con mi hermanita, a quien tuve que sobornar para que me acompañara).
20:42 Él: Mira, Ella, recuerdos (y reclamos) tengo varios... ahora que te veo no sé por dónde empezar, ni siquiera si hay un principio.
 Ella: Eso he estado pensando. ¿Hubo final, final?
 Él: Me pregunto en cuanto podemos valorar nuestra ligereza, la que nos ha mantenido a flote.
Ella: ¿Podrías definir "ligereza"?
Él: Por supuesto, al cerrar la conversación anoche recordé dos cosas contradictorias, una que nunca te pedí que fueras mi novia (formalmente) y la otra que no nos desgarramos las vestiduras para decirnos adiós, como si no valoráramos el esfuerzo hecho. ¡Eso es ligereza!
Ella: Te serviría pensar que sí “lloré, y lloré, y lloré, noche tras noche, caray, noche tras noche…”. No recuerdo cuando fue. Ah, sí, cuando supe que ibas a tener un hijo.
 Él:  Y al año siguiente llegó  tu hijo, ¡en hora buena!
21:00 Ella:  Grax.
21:01 Él:  La ligereza nos permite vivir.  Yo también lloré, sin que las lágrimas me escurrieran, solo me moví en la tristeza para seguir en ella otros años más.  Entregué mi patrimonio, me dije fiel padre y me conformé cuando me mandaron al diablo…
 Ella: Antes de continuar, quisiera hacerte dos preguntas indiscretas:
 Él:  Dime
 Ella: Una: no te causa problemas hablar de este tema taaaaaaan lejano. La otra: ¿anduviste con Aquélla???????????? :-|
 Él: ¡Claro que no!  Lo que puede ser difícil de entender es que hayamos dormido una noche juntos, pero ¿eso me convierte en infiel frente a tus ojos?
 Ella:  jajajajajajajajajajajajaa. ¿Durmieron o no durmieron?
 Él: Sí, dormimos.
 Ella: ¿Con los ojitos cerrados?
 Él: Sí, y éramos novios tú y yo, pero no supe como explicártelo. Hoy en día sería claro que no significó nada  en la vida de Aquélla, porque no hubo nada entre nosotros.
 Ella: Gracias, por aclararlo 20 años después.
 Él: Lo intenté en su momento. Aquélla lo sabe.
Ella: No creas que estoy enojada, me parece más un guión de radio. Me encanta la idea de platicarlo, nunca habíamos aclarado nada ni nunca habíamos terminado nada, y si me apuras, nunca comenzamos nada formal… Pero lo que hubo fue tan especial para mí, que me dejó una postal imborrable de lo que podía ser una relación de pareja.
 Él: Éramos novios.
 Ella: Me haces sonrojar… ¿qué fue lo que pasó? Pareciera que todo conspiraba en nuestra contra.
 Él: Ella, ¿cómo podíamos tener algo a favor, si nos encargamos de taparlo? Tu mami no sabía de mí por generación espontánea y Aquélla tampoco era una ingenua.
 Ella: Era el "dulce gozo de saberte clandestino”. No lo sé, era yo muy tonta. Bueno, era lista en la escuela, pero en estas cuestiones no.
 Él: No es cierto.
Te tomé de la mano y te dije caminemos juntos. Tu otra mano se aferró a un poste y me dejó ir.
Así lo vi, aclaro.
….
¿Te he dicho que me costó olvidarte?
 Ella: Y pensar que pensaba que no pensabas en mí.
 Él: Ni siquiera lo quise suponer. Preferí verte frívola, niña pirruris, conformista con la vida, demandante de premios y ansiosa del "bien hecho".
 Ella: ¿Nunca pensaste que yo tenía miedo?
 Él: Ella, te di la mano...¡ Y me pusiste un apodo!
 Ella:  Upps, y me dejaste con un atentado al corazón.
 Él: Ella, no temo al juicio porque ya pasé lo peor, asimilar el olvido
 Ella: No hay juicio.
 Él: Entonces ¿cuál es el presente? ¿La red? Creo que te distraigo...
 Ella:  Nop. Me hacía falta escucharte…
 Él: Nos ha llegado la noche una vez más...
 Ella: Bueno, te dejo, ha sido una tarde noche muuuuuuuuy larga. Me ha dejado un buen sabor de boca, aclarar después de tantos años una situación tan poco clara.
 Él:  Va.
 Ella: Es menos doloroso que no saber que pasó.
 Él: Ella, no pasó, sólo pudo ser. Buenas noches
 Ella: Buenas noches.
 Él: Bye, besos.
 Ella: Bye.

No pasó, solo pudo ser…

En un mundo alternativo y real
pudo ser una linda historia,
pudo tener un feliz final.

Ahora tiene muchos finales:
los míos, los suyos, los ciertos, los reales,
los queridos, los añorados, los potenciales,
los sufridos, los odiados, los olvidados,
los falsos, los cursis,  los no deseados.

Pudo ser una historia intrascendente,
 como la de muchas parejas,
la de mucha gente
que pasan por la vida y no dejan huella.

Pudo ser una historia de amor,
 la más grande, la más tierna,
con un final desesperado y triste, como el de Romeo y Julieta.

Y sólo pudo ser…

 Continuará...

LA POSIBILIDAD Los novios de Ella y sus hermanas


 Quien entraba en casa de Ellas--novios, pretendientes, pretensos, pretendejos, colados, aspirantes y suspirantes-- salía con un apodo: el de la calva lujuriosa, el chindongo, el que usaba zapatos, el sinsesos, Boogie el aceitoso, el terrorista, el muppet, el Dick Tracy, el gusano, el patotas, el suicida, el chico listo, el bongocero, el clemenson, el piernudo, el gordo billetes, el raice crispis y un largo etcétera que la distancia ha borrado por muy obvios, o porque no dejaron huella.
Los alias se adjudicaban ya fuera por una característica interna   que se hacía patente –el sinsesos, cle-menson--,  por una externa –el gordo billetes, el piernudo, el pistiojo, la vaca-- o por una acción que los llevara a descubrir su vocación –el suicida, el terrorista—.
De los más célebres, está el suicida, quien llegó acompañando a la pandilla de la Hermana Mayor a su  fiesta de cumpleaños un sábado por la noche. Sin conocer a la anfitriona y el motivo, el individuo  se disculpó por no llevar regalo y le pidió que tomaran un café un domingo para reparar su falta. Distraída como andaba, la Hermana Mayor asintió y siguió en su relajo.
Al día siguiente, el susodicho se presentó a las 2 de la tarde, con un tierno osito de peluche para la cumpleañera. Abochornada por no acordarse de él y pensar que “un domingo” podría ser cualquier otro y no precisamente tan pronto, lo invitó a comer.
La mesa para seis personas se amplió a siete, se sacó la vajilla para visitas, se adornó como de fiesta, se echó “más agua a los frijoles” y se sentaron, un poco incómodos todos por no conocer al chico más bien grande, pero bien vestido.
La distribución en la mesa rectangular fue la siguiente: los padres en las cabeceras, los tres hermanos de un lado y la Hermana Mayor y el interfecto, enfrente. La comida transcurrió como siempre: bromas, “pásame la sal”, “otra tortilla, por favor”, “gracias”, etc.
En la sobremesa, siguieron platicando de nada en especial, cuando el chico –y aquí viene el descubrimiento de su vocación—se dirigió al patriarca y con la seguridad de no conocer los antecedentes del bárbaro del norte que era el padre, espetó con una candidez rayana en la estupidez: “Bueno, es momento de hablar. Señor, vengo a pedir la mano de su hija”.
Los hermanos, a uno, soltaron la carcajada y no se cayeron de las sillas porque se detenían unos a otros; el papá le dijo a la mamá que trajera cafecito, sorprendido por la audacia del muchacho, mientras que la Hermana Mayor se puso como bandera: blanca de sorpresa, roja de vergüenza, y verde de coraje. Al no conocer al joven, no sabía si bromeaba o lo decía en serio.
Quien sabe como terminó la comida, lo cierto es que desde ese día se ganó el célebre mote de Suicida, se aventó “sin red”.  Resultó ser un obsesivo compulsivo y se convirtió en la sombra de la Hermana Mayor, hasta que la mamá habló con la progenitora del muchacho y se acabó el acoso.
Otro célebre por sus efectos fue el terrorista. La Hermana Mediana lo llevó a su casa una soleada tarde de un verano de los 80, al salir de la Facultad, para hacer un trabajo. Iba vestido como los chavos de ahora: tenis negros, pantalones de mezclilla gastados y deshilachados de la bastilla, camiseta negra deslavada con el logotipo del diario donde trabajaba. Hoy no habría causado tanto revuelo, pero hace tres décadas… El contraste no pudo ser mayor: acostumbrados a los niños bien con los que se relacionaban, el chico en cuestión provocó un sisma.
 El impacto de que laboraba en un periódico de izquierda (el patriarca leía otro de derecha), el cabello alborotado y rizado y unos atentados  en Inglaterra relacionados con Muammar El-Gadafi (que vestía de negro y tenía el mismo no-corte de cabello), hicieron una curiosa asociación y le llamaron “terrorista”.
Probablemente hubiera pasado sin pena ni gloria, como “el sinsesos” (un scout de una sola temporada), o el “chindongo” (que tenía un ojito medio cerrado, pero que bailaba  muy bien), si no fuera por los constantes atentados contra la Hermana Mediana: tiro por viaje, un plantón, y tiro por viaje, un tache en la contabilidad familiar. La Hermana optó por no contar a nadie de sus furtivos encuentros,  y lo convirtió en el dulce gozo de saberlo clandestino. Sin embargo, la policía familiar secreta se enteraba de todos y cada uno de sus pasos. Finalmente, el terrorista desapareció, pero se recuerda de vez en cuando con temor en esa familia… Se pensaba que la Hermana Mediana sufría lo que se conoce como el síndrome de Estocolmo.
La Hermana Menor, brillante en todos los sentidos, llevó un año nuevo al único que se le conoce oficialmente: el piernudo: un chico alto, atractivo, inteligente, que usaba los pantalones súper apretados. De ahí que supieran cómo eran sus piernas, entre otras virtudes.
De los otros se recuerdan con cariño al “fin te conocí uno con zapatos” (el primer novio de la Hermana Mayor);  cle- mensón (primer novio de la Hermana Mediana); al bongocero (moreno, cabello corto ensortijado, atractivo, pero comprometido con otras); al de la calva lujuriosa (quien tenía entradas que parecían salidas de emergencia); al gordo billetes (por lo de la publicidad de la lotería).
Como adéndum de la tercera generación de las Hermanas, están el raice crispis (un chico esmirriado, un triste arrocito con ínfulas, es decir, inflado); la vaca (un chico súper listo que le pasó lo que a la vaca de don Vicente y un día se vistió de carácter, es decir, con manchas negras) y la torre de Mordor (el novio oficial, alto, delgado, y ojón).
Por obvio, se suprime el alias del último novio de la Hermana Mediana, que se convirtió en su marido. Solo baste una pista: cuando entraba, los hermanos, al unísono, cantaban: “It´s time to play de music…”



sábado, 12 de febrero de 2011

LA POSIBILIDAD Capítulo I

 La Chica Diez y el Chico Listo

“Chicas: aposté y perdí”, dijo Ella.
Ésta y otras historias me fueron confiadas en una pijamada con mis amigas de la maestría. En particular, la de Ella (así ha querido que la llame) puso como condición para publicarla que lo hiciera dentro de 25 años una vez que se cumpliera el “recuerdo de oro” de la primera vez que escribió sobre Él en su diario.  “Escríbela tú, que para eso estudiaste”, me dijo.
--¡¿25 años?! ¿Sabes cuántos voy a tener?, ya ni me acordaré cómo te llamas, menos cómo usar una computadora o lo que sea que la sustituya en un cuarto de siglo—reclamé.
Tras unas cervezas, unos margaritas, dos o tres muppets, le arranqué la autorización  para hacerlo ya, a condición de no revelar, “hasta dentro de 25 años”, su nombre real. Durante la velada, nos mostró los correos, mensajes por celular y los escritos sugeridos por su “posibilidad”. Y en este ir y venir de mensajes nos llevamos de corbata a las otras cinco amigas.
La historia no está acabada porque es una posibilidad… y también porque el encuentro aún no ha terminado. Aunque debo decir: es muy difícil  hilar una historia deshilachada desde el principio.
Nos conocimos todas cuando estudiábamos la maestría, y  a pesar de la diferencia de edades –les llevo entre 10 y 15 años—hicimos un buen equipo, o al menos, la pasamos MUY BIEN.
De las siete, tres éramos casadas, dos con hijos de edades similares, las otras solteritas, sin compromiso formal, aunque con uno que otro amante. Y las siete, con muchas historias que contar…
Ese día de nuestra tradicional cena navideña, Ella llegó nerviosa, diríase ansiosa. “Chicas: aposté y perdí”. ¿Qué apostó y qué perdió una mujer con más de 25 años de casada, tradicionalista, con hijos mayores, un puesto envidiable, trabajo de sobra? Nos quedamos pensando todas, y se lanzó a contarnos de ese hombre que recuperó en la red.
“La primera vez que nos encontramos en persona, no pasó nada. Pensé que yo había dado el viejazo, que los años me habían cacheteado (tiene cerca de 50 años), que no era atractiva, que me veía mal. Puse más empeño en mi arreglo personal que en cualquier otra cosa. Después, en un segundo encuentro, supuse que Él era gay, tan cerca de mí y no me besó. En otra ocasión salió a colación su ´temor a la ira del señor´, supuse entonces que era MUY mocho y yo, un demonio con faldas. Finalmente, después de tantos avances, supe la verdad: es fiel a su esposa”, dijo con un suspiro.
Nos enseñó los correos y mensajes que había intercambiado con Él (así ha querido que le llame) a lo largo de pocos meses. “Los primeros los borré, me dio pena, pensaba que estaba haciendo el ridículo. Él tan propio, tan decente, escribe bonito. A cualquiera le dan ganas de escribir cuando lo lee.”
Ella (quiere que se pronuncie El-la)  describe el principio:

Había una vez una chica diez que se enamoró un chico listo, con quien sentía que no debía parecer tonta y pensaba que apreciaba que no lo fuera.
Detestaba hacerse la tonta para no ofender la "inteligencia masculina”.
La mamá de la chica diez siempre se preocupaba cuando salía con el chico listo, temía que no regresara a su casa y se fugara con él.
La chica diez tenía mucho miedo de eso que sentía por el chico listo.
Eso, sumado a la conspiración familiar hacía casi imposible ir más lejos.
De pronto, ya no hubo llamadas, ya no hubo encuentros.
Hubo una invitación al grupo para ver salir el sol en Teotihuacán y ahí se perdió el chico listo.
La chica diez también se perdió, pero no en Teotihuacán, sino en el trabajo, mucho trabajo, solo trabajo....
Muchos años después, supo que no había esperanza. Había encontrado al chico listo embarcado en la mayor aventura de toda la humanidad.
Y cedió, y se dio.

--¿Y qué pasó después?—preguntó Diana.

                                                                                                      Continuará

TOMA NOTA

Quienes aparecen en este blog son personajes de novela. Cualquier semejanza con la realidad es Mera Coincidencia. Si pasas por aquí, deja un comentario. Si te gustó, recomiéndanos. Si no te gustó, también recomiéndanos, no desaproveches la oportunidad de sorprender a alguien más. Gracias Nosotras