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domingo, 27 de marzo de 2011

LA POSIBILIDAD Capítulo V

Las islas de Diana

 Constanza y Ella se sumieron en una melancolía profunda, de la cual fueron arrancadas por Diana. 
--¿Qué creen?  Me faltan palabras...
-- Te presto algunas-- comenté llegando tras ella al comedor donde nos estábamos reuniendo después del tequila break y comenzó a platicar:


Cuando lo conocí me pareció un sujeto promedio,  yo sostenía un vaso de té en una mano, un cigarro en la otra y debajo del brazo mi libro de expresión corporal.  Él me miró sorprendido, ¿cómo una bailarina tenía un cigarro en la mano? eso me lo dijo meses después, cuando salíamos de una junta para programar las presentaciones del grupo. Su físico no me llamó la atención  pero cuando  empezó a explicar algunos hechos históricos y culturales de la danza folklórica, me dejó con la boca abierta. Su cultura, su inteligencia y su modo de ver las cosas o de encontrar soluciones, me rompió los esquemas. Entonces yo ya estaba más que comprometida con  Mario, a meses de casarnos y sabía que lo amaba, así que nunca, nunca pensé encontrarme en esa encrucijada.
Gerardo era el coordinador del grupo, todos los días aprendía de sus palabras y de sus actos, alguna vez Mario me llegó a reclamar que le hablara tanto de él, me preguntó si me gustaba y por supuesto le dije que no, además ya estaba casada con él; para mí era real, no me gustaba. Ahora pienso que no me había dado cuenta.  
Mario se fue a Bristol en mayo, para estudiar la maestría, era una excelente oportunidad que no podíamos dejar escapar, yo lo visitaría cada 6 meses en dos años, luego esos dos años se convirtieron en 5 porque le ofrecieron participar en una investigación sobre las zanahorias… media rara… bueno, él  y sus cosas. No siempre alcanzaba para el pasaje o había tiempo para ir a Inglaterra y Gerardo se convirtió en el confidente, era tan fácil platicar con él, contarle secretos que ni a Mario le pude confesar; como buen humanista, le encantaba acompañarme a las presentaciones del taller coreográfico de la UNAM, ¡al fin pumas!  Había tanto en común, le reclamé que no hubiera aparecido en las islas cuando lo estaba buscando.  Las islas… mmhh que buenos recuerdos de la gran explanada llena de árboles cerca de la rectoría de la UNAM, así le llaman todos los alumnos, las islas, porque son  como montañitas con árboles, que solían darnos sombra y tranquilidad después de los exámenes o las clases, para tomar un breve descanso antes de ir a trabajar o para estudiar un rato. Justo ahí es donde yo esperaba encontrar a Gerardo, como el amor de la vida, la pareja ideal (que entonces no apareció).
¿Tenía que llegar tan tarde? O siguiendo a su costumbre de romper esquemas se atravesó en mi vida así como si nada, como si debiera estar en ese justo instante, sin más.
Cuando  Mario estaba de regreso me sentí muy rara, ya me había acostumbrado a estar “soltera”  y no me gustó aprender nuevamente a compartir un espacio de por sí pequeño, a negociar tiempos,  lugares de visita, actividades.  Me cayó tan de peso que todavía me duele. Me sentí  invadida y luego estaba Gerardo. Le dije que Mario regresaba y no sabía qué decisión tomar; como siempre me escuchó atento y me contó sobre los cuatro pilares de una buena relación de pareja: afinidad, amistad, erotismo y proyecto de vida y él se autoadjudicó casi todos, pero yo  tengo la última palabra.

Continuará

1 comentario:

  1. ¿Cuál es la última palabra? ¿la que piensas, la que dices, la que debes decir, la que duele, la que acaricia, la que convence?
    Tal vez no es cuestión de palabras, Diana, sino de acciones, de consensos: ponerte de acuerdo tú contigo antes.
    Una ausencia deja huecos en las cotidianeidades, en el alma, en la vida. Y esos huecos se llenan con presencias, a veces fugaces, a veces permanentes.

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