--¿Y te llevó al río?
--¿Y tus pechos se abrieron como ramos de jacintos?
--¿Se encendieron los grillos?
--¿Te regaló un costurero?
--¿Qué es una abuela de ojos grandes?—preguntó Morgana.
Todas la miramos. No había comentado mucho y su cuestionamiento nos hizo reír.
¡Qué es una abuela ante tanta sensualidad derramada en el poema de García Lorca!
Sin embargo, Ella tenía una explicación…
--¿Han leído Mujeres de ojos grandes de Ángeles Mastretta?
Yo tampoco.
Y en esta duda busco entre las “Mujeres de ojos grandes” (Ángeles Mastretta, 1990) una razón, una idea, una solución. Y solo encuentro “la cadencia”, aquello que “la vida” pone, o da la “divina providencia”.
El ambiente de todas esas mujeres es religioso y remilgado, con olor a incienso, con ruido a campanario, en el desorden feliz de una vida que era tranquila, entre galletitas, rompope, costura y rosario.
Y cada una de ellas busca la manera de empatar su Uno con ese Otro que llegó de sorpresa, o lo trajo el recuerdo, o se encontró en la calle o frente a una fogata.
Algunas historias inician en la juventud y permanecen olvidadas hasta que un algo detona el recuerdo:
--¿Quién investiga en tus ojos?, la pregunta de la tía Celia; el sabor a níspero, como a la tía Leonor; el olor a especias como al novio de tía Clemencia. A veces se recupera el tiempo. A veces se pierde la razón.
Otras situaciones se van dando poco a poco y continúan hasta que se agota el amor, se desgastan las ganas, se pasa del querer sublime al desapego, al olvido, a la desaparición, a la muerte.
De entre todas, me quedo con la tía Daniela, “que se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota”. Que perdió la razón y las ganas de vivir completamente y solo la repetición tediosa de la situación, logró convertir al susodicho en algo trivial.
Me gustaría tener el amor del marido de la tía Magdalena, quien se puso furioso con el amante de su esposa porque la hizo llorar, y no valoró en toda su magnitud a esta mujer maravillosa, trabajadora, alegre, la razón de su existencia.
Pase lo que pase, siempre queda una historia ¿y dónde queda la mía? Aquí que no hay campanarios que escalar, ni sótanos que descubrir, ni árboles a los cuales subirse. No hay misas que inventar, quesos que traer, abuelas que visitar. Sólo hay bytes, chats, e-mails, un café, una caminata, un “No pasó, solo pudo ser”.
Sigo buscando ese detonador que abrió el túnel del tiempo, y mientras, escribo la historia de la Tía Ella.
Continuará...
FELCIDADES... QUIERO COMPARTIR MI POSIBILIDAD...BUSCAME... GNO
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