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lunes, 23 de mayo de 2011

LA POSIBILIDAD Capítulo XII

La tía Ella
A diferencia de las tías de Ángeles Mastretta, la tía Ella vivía en la Ciudad de México y no en Puebla,  con un ritmo acelerado entre cursos en línea, clases presenciales, hijos adolescentes, un marido y muchas ganas de hacer cosas. Tenía pechos generosos, poca retaguardia y unos ojos que se quedaban riendo, aún cuando la cosa se ponía seria.
Le gustaba bailar, tocar la guitarra y cantar.  En alguna ocasión, una compañera le reclamó que “su novio” se había enamorado de su voz en una reunión de la prepa. Pues, ni modo, no iba a dejar de cantar. Nunca le dio entrada a ese chico, pero tampoco nunca la volvieron a invitar a esas fiestas… las amigas.
Tuvo cuatro novios, o mejor dicho, tres, porque el segundo no lo fue de cierto. El primero era un dulce, sencillo y medio lento, pero cuando se puso “francés”, lo mandó a paseo. Lo de “francés” era un término acuñado por sus tías abuelas, que implicaba un beso de ese estilo y unas manos de pulpo que buscaban “aquello” que se debía conservar oculto hasta el matrimonio.
El segundo, como la canción de Silvio Rodríguez, rompió todos sus esquemas, sin declaración de inicio o final; más desencuentros que encuentros, oposición familiar unánime. Sin embargo, aquello del dulce gozo de saberlo clandestino la llevo a compartir su cocina y su mesa, más no su cama. No, una chica decente no hace eso. Su presencia se grabó en una parte de su subconsciente a fuego y hierro, y su desaparición súbita lo encapsuló para siempre.
El tercero, una persona noble, de gran corazón como su cuerpo, pero sin la chispa que buscaba la tía Ella,  pasó con más pena que gloria, eso sí, con muchas flores, chocolates, detalles y más detalles que no lograron allanar el camino hasta su corazón, pero sí el de todos aquellos que disfrutaron sus atenciones: hermanas, hermano, nana, mamá…
El cuarto, con manos grandes, boca de fresa, güero, galante, atractivo –solo para sus ojos-, persistente, se mantuvo entre bambalinas desde el primero hasta el tercero, y cuando vio la oportunidad, saltó a escena y la conquistó, de eso hacía más de 25 años, dos hijos, un departamento y dos coches.
Durante 25 años, la tía Ella se había acostumbrado a vivir pendiente de los horarios de los hijos: conseguir un trabajo por las mañanas mientras los críos iban a la escuela, estar en casa los fines de semana, llevarlos por las tardes a sus actividades. Comida con sus padres los domingos. Alguna que otra salida al cine, alguna que otra reunión con las amigas de la maestría.
En el plano profesional y académico, desde hacía 5 años había decidido crecer ante las reticencias de su mareado de avanzar en la carrera y de su insistencia de poner un negocio. Fue una ruptura emocional, que no física, pero al fin ruptura.
Cercana ya a los 50 años, la tía Ella había conseguido su grado de maestría, un lugarcito en una institución oficial de prestigio, clases en varias universidades y otras monadas. Se sentía plena y satisfecha en el plano profesional y académico, pero no así en el emocional. Movida por quién sabe qué artes (¿la cadencia, la vida o la divina providencia?), juegos de palabras o acceso a la web, desenterró la cápsula del tiempo y la actualizó. Si fuera computadora, se diría F5.
Con un clic, un buscador y una ecuación booleana, encontró los rastros digitales de una sombra. Y descubrió que el tiempo sí pasa, nada permanece intacto, solo el recuerdo o el ideal.
No fue necesario un campanario o un sótano, solo el recuadro de un chat, un documento Word, una comida y un café, para darse cuenta de lo diferente que era el recuerdo con la realidad. 
Sin embargo, el encuentro furtivo entre bytes le permitió mantener una sonrisa en los momentos difíciles que pasó toda la familia por un problema de grandes proporciones. Nadie comprendía cómo era posible que mantuviera una sonrisa en esos momentos y no se derrumbara como le pasaba a los demás. Nadie, salvo su marido que en todo momento le preguntaba:
--¿De qué te ríes?
--No me río, sonrío—respondía la tía Ella.
Tenía muchas cosas de qué sentirse feliz aún dentro de la crisis familiar: de sus hijos, que habían ganado el derecho a estudiar en la mejor universidad de México; de que le habían caído trabajitos extras. Pero sobre todo, de que había una presencia del pasado en quien pensar para abstraerse de la rutina y de las guardias cargadas de tensión.
Y aquilataba esa presencia, más virtual que real, que respondía a altas horas de la noche y compartían una parte del trabajo de cada uno desde su lado en la red. Un desayuno tardío y una caminata por las calles céntricas de la ciudad, le informaron a la tía Ella que ese camino estaba vedado para nada más que una amistad. La llegada del metro en el sentido que Él llevaba y una despedida sorpresiva dejó el asunto en veremos: ¿cuál era el pendiente que se quedó silenciado por la distancia? ¿Cuál era “la pregunta” que nunca respondió?
Dicen que la tía Ella durante muchos años guardó ese pendiente junto con un poema de la cubana Dulce María Lynaz:

El beso que nunca te di, se me ha vuelto estrella dentro…
¡Quién lo pudiera tornar –y en tu boca…- otra vez beso!
Quién pudiera como el río ser fugitivo y eterno:
Partir, llegar, pasar siempre y ser siempre el río fresco…
Es tarde para la rosa. Es pronto para el invierno.
Mi hora no está en el reloj… ¡Me quedé fuera del tiempo!

Continuará…

domingo, 15 de mayo de 2011

LA POSIBILIDAD Capítulo XI

Otra mujer de ojos grandes

--¿Y te llevó al río?
--¿Y tus pechos se abrieron como ramos de jacintos?
--¿Se encendieron los grillos?
--¿Te regaló un costurero?
--¿Qué es una abuela de ojos grandes?—preguntó Morgana.
Todas la miramos. No había comentado mucho y su cuestionamiento nos hizo reír.
¡Qué es una abuela ante tanta sensualidad derramada en el poema de García Lorca!
Sin embargo, Ella tenía una explicación…
--¿Han leído Mujeres de ojos grandes de Ángeles Mastretta?

No lo sé de cierto, dijo Él.
Yo tampoco.

Y en esta duda busco entre las “Mujeres de ojos grandes” (Ángeles Mastretta, 1990) una razón, una idea, una solución. Y solo encuentro “la cadencia”, aquello que “la vida” pone, o da la “divina providencia”.
El ambiente de todas esas mujeres es religioso y remilgado, con olor a incienso, con ruido a campanario, en el desorden feliz de una vida que era tranquila, entre galletitas, rompope, costura y rosario.
Y cada una de ellas busca la manera de empatar su Uno con ese Otro que llegó de sorpresa, o lo trajo el recuerdo, o se encontró en la calle o frente a una fogata.
Algunas  historias inician en la juventud y permanecen olvidadas hasta que un algo detona el recuerdo:
--¿Quién investiga en tus ojos?, la pregunta de la tía Celia;  el sabor a níspero, como a la tía Leonor; el olor a especias como al novio de tía Clemencia. A veces se recupera el tiempo. A veces se pierde la razón.
Otras situaciones se van dando poco a poco y continúan hasta que se agota el amor, se desgastan las ganas, se pasa del querer sublime al desapego, al olvido, a la desaparición, a la muerte.
De entre todas, me quedo con la tía Daniela, “que se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota”. Que perdió la razón y las ganas de vivir completamente y solo la repetición tediosa de la situación, logró convertir al susodicho en algo trivial.
Me gustaría tener el amor del marido de la tía Magdalena, quien se puso furioso con el amante de su esposa porque la hizo llorar, y no  valoró en toda su magnitud a esta mujer maravillosa, trabajadora, alegre, la razón de su existencia.
Pase lo que pase, siempre queda una historia ¿y dónde queda la mía? Aquí que no hay campanarios que escalar, ni sótanos que descubrir, ni árboles a los cuales subirse. No hay misas que inventar, quesos que traer, abuelas que visitar. Sólo hay bytes, chats, e-mails, un café, una caminata, un “No pasó, solo pudo ser”.
Sigo buscando ese detonador que abrió el túnel del tiempo, y mientras, escribo la historia de la Tía Ella.
Continuará...

jueves, 5 de mayo de 2011

LA POSIBILIDAD Capítulo X


El rio 

--¿Le mandaste ese cuento?-- preguntó Diana sumándose a la conversación.
--Sí, y mira lo que me dijo días después..



-     --¿Te puedo llamar ahorita?
Remitente:
Ella
-  ¿Para contarme un cuento
antes de hacer el amor?
Remitente:
Él
-       --Nunk conseguí el libro
     Yo creo que lo quemaron los del PAN.
     No respondiste mi primera pregunta.
Remitente:
Ella
-  Si es para “contarme”
un cuento, con mucho gusto.
Remitente:
Él
-      --Aún no escribo otro.
Remitente:
Ella
- ¿Y cuántos van a ser?
Remitente:
Él
-      --No lo sé. He escrito más en estos
últimos 6 meses, que en los últimos
 10 años. Causas ese efecto en mí.
Remitente:
Ella
- O sea que es de cuento largo.
Remitente:
Él
-      --Oh, sí.
Remitente:
Ella
- Y yo que pensé llevarte al río…
Remitente:
Él 
-  ¿Creyendo que era mozuela?
Remitente:
Ella
- Siempre lo he supuesto.
Remitente:
Él
------ - Entonces… llévame al río.
Remitente:
Ella
-No me saques del error y quizás
 algún día mojemos juntos
 nuestros pies
Remitente:
Èl
--         ¿Quién dice que en una dimensión
alterna, no lo hacemos ya?
Remitente:
Ella
- Entonces tenemos límites que
pueden sernos desconcertantes.
Remitente:
Él
        -- El mundo real es sólo un inconveniente… 
      La imaginación es el límite.
Remitente:
Ella

Ella: :)
Él: Hola Ella, hoy estás muy inquieta o muy activa, como se quiera ver.
Ella: Gracias por la converSMSación
Él: Hoy es el cumpleaños de mi abuela, una tapatía de ojos grandes e ideas muy conservadoras, de quien conservo una agradable memoria.
Ella: ¿Y qué decía tu abuela?
Él: Desde luego diría que una relación de cuatro es una invitación al diablo a cenar.
Ella: Oye, tu abuela conocía a mi abuela, decían lo mismo.
Pero recuerda que estamos en otra dimensión.
Él: No creo que para ellas hubiera diferencia. El rio es el rio
Ella: ¿Qué tienes contra el rio?
Él: Solo le temo, pero si tú quieres ir, vamos.


--¿Y te llevó al rio?-- preguntó Luisa atenta a la conversación entre Ella y Pepa.




Continuará...

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